
- El mercado del oro atraviesa una de las fases más sólidas de las últimas décadas, tras registrar en 2025 una apreciación anual superior al 30%, la más fuerte desde finales de los años setenta. Este desempeño ha sido impulsado por un entorno macroeconómico marcado por una elevada incertidumbre geopolítica, desequilibrios fiscales persistentes y una creciente desconfianza hacia las monedas fiduciarias, lo que ha reforzado el papel del oro como reserva de valor a largo plazo.
Uno de los principales motores del repunte del metal ha sido el cambio en las expectativas sobre la política monetaria. Con la inflación mostrando señales de desaceleración y el crecimiento económico moderándose, los mercados descuentan recortes acumulados de entre 75 y 100 puntos base en las principales economías desarrolladas hacia 2026. Este escenario ha reducido el costo de oportunidad de mantener oro, presionando a la baja las tasas reales y debilitando el dólar estadounidense.
A nivel estructural, la fragmentación del comercio global y el proceso de desglobalización han fortalecido la demanda de activos neutrales. Las tensiones geopolíticas en Europa del Este y Medio Oriente, junto con un aumento del gasto militar global superior al 6% interanual, han incrementado la percepción del riesgo sistémico, favoreciendo la asignación estratégica a metales preciosos dentro de carteras diversificadas.
La demanda oficial continúa desempeñando un papel clave en el equilibrio del mercado. En los últimos doce meses, los bancos centrales han adquirido más de 1,000 toneladas de oro, marcando uno de los mayores niveles de compra registrados. Estas adquisiciones reflejan un esfuerzo deliberado por diversificar las reservas internacionales y reducir la dependencia del dólar, lo que proporciona un soporte estructural a los precios del metal.
Desde el lado de la oferta, el sector minero enfrenta limitaciones relevantes. El crecimiento de la producción global de oro se ha mantenido por debajo del 2% anual, mientras que los costos totales de producción (AISC) se sitúan entre 1,300 y 1,500 dólares por onza, lo que reduce los márgenes de algunas compañías y limita la capacidad de expansión rápida de la oferta, incluso con precios elevados.
En cuanto a la demanda de inversión, se observa un aumento sostenido de los flujos hacia instrumentos respaldados por oro físico. Los activos bajo gestión en estos vehículos han crecido cerca de 15% en el último año, compensando la debilidad del consumo de joyería, que ha registrado caídas moderadas debido a los precios elevados. Este cambio refleja una preferencia creciente por el oro como herramienta de cobertura ante la volatilidad macroeconómica.
Las perspectivas para los próximos trimestres apuntan a que el oro podría extender su tendencia alcista si se mantiene un entorno de tasas reales bajas y de crecimiento moderado. Algunos escenarios de mercado contemplan niveles en torno a 4,200–4,600 dólares por onza hacia 2026, apoyados por déficits fiscales elevados, mayor liquidez y una demanda estructural sólida tanto del sector oficial como del financiero.
- En conclusión, el oro cuenta actualmente con fundamentos sólidos que respaldan precios elevados a mediano plazo. La combinación de recortes monetarios esperados, compras sostenidas de los bancos centrales, restricciones en la oferta minera y un entorno geopolítico complejo refuerza su papel como activo estratégico. En un contexto de mayor incertidumbre y ajustes estructurales en la economía global, el metal precioso se consolida como un componente clave para preservar el valor y diversificar portafolios.