«El estudio de APEIM 2025 revela que los estratos C, D y E destinan entre el 76% y 83% de su ingreso a cubrir lo básico (alimentos y vivienda). Esta presión los deja con menos del 25% de su sueldo libre, limitando su capacidad de invertir en salud o educación y los hace extremadamente vulnerables ante cualquier crisis.«

(*) Artículo publicado en la edición 240 de la revista Microfinanzas
https://statuscomunicaciones.pe/microfinanzas/M240.pdf
Mientras los hogares del NSE A destinan el 17% de su gasto a educación y salud combinadas, los hogares del NSE E no logran dedicar más del 5%. Esta brecha en inversión de capital humano, evidenciada en el estudio APEIM 2025, sella un ciclo de desigualdad donde los hijos de los hogares más pobres parten con desventajas profundas para su futuro.
“Un hogar limeño del NSE A destina el 47% de sus ingresos al consumo; el resto es ahorro o gasto discrecional. En el NSE E, en cambio, el 83% se evapora en alimentos, transporte y alquiler. El margen de maniobra es tan delgado que un shock de precios —el gas subió 14% en lo que va de año— arrasa con el presupuesto familiar”
La Asociación Peruana de Empresas de Inteligencia de Mercados (APEIM) acaba de publicar la fotografía más nítida de la desigualdad nacional: 6 de cada 10 peruanos viven en los estratos D y E, con un margen de gasto tan estrecho que cualquier alza del gas o del pollo puede descuadrar el presupuesto mensual.
- El estudio, elaborado con la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO) 2024, distribuye a 10,36 millones de viviendas en cinco niveles socioeconómicos (NSE) y revela un país fragmentado en vertical, donde la capital y el territorio parecen economías distintas.
El informe precisa que los NSE se dividen en: A (alto), B (medio-alto), C (medio), D (medio-bajo) y E (bajo), con subniveles como A1 y A2 para mayor precisión. A continuación, los datos que explican por qué el crecimiento macro no se traduce en bienestar.
La pirámide invertida de Lima y el desierto del interior
En Lima Metropolitana —que concentra el 32% de todos los hogares del país— el estrato C abarca al 45.5% de las familias y el E apenas al 6.6%. Salta la sierra o la selva y la proporción se voltea: allí el Etrepa al 30.2% y el D al 31.3%. Es decir, 6 de cada 10 peruanos del interior disponen de un ingreso que, según la propia metodología APEIM, apenas alcanza para cubrir la canasta básica.
La brecha no es solo geográfica: es de liquidez. Un hogar limeño del NSE A destina el 47% de sus ingresos al consumo; el resto es ahorro o gasto discrecional. En el NSE E, en cambio, el 83% se evapora en alimentos, transporte y alquiler. El margen de maniobra es tan delgado que un shock de precios —el gas subió 14% en lo que va de año— arrasa con el presupuesto familiar.
La trampa de la pobreza
- La estructura de consumo revela la trampa de pobreza de ingresos. Mientras los hogares A y B invierten el 16% de su presupuesto en educación y el 17% en salud, los estratos D y E apenas destinan 4% y 3%, respectivamente. La consecuencia es un capital humano estancado que se reproduce en cada generación: en el NSE E, la desnutrición crónica en menores de cinco años alcanza el 18 %, tres veces la tasa del NSE C.
- La brecha digital es abismal: solo el 18 % de los hogares E tiene internet fijo de alta velocidad, frente al 87% del NSE A.
- La informalidad laboral es el correlato inmediato de la segmentación. En los estratos D y E, el 78% de los jefes de hogar trabaja sin contrato o sin aportes previsionales. La ausencia de seguro de desempleo convierte cualquier desaceleración en crisis humanitaria.
- La vulneración no termina ahí. El 34% de los hogares D y E habita en zonas de alta exposición a desastres (huaycos, inundaciones o sequías), frente al 8% del NSE A. También el 19% carece de desagüe conectado a red pública.
El crédito que no llega
- De acuerdo con el estudio Niveles Socioeconómicos 2025 de APEIM, el acceso al crédito actúa como un amplificador de la desigualdad. En los NSE A y B, el 68% de los hogares tiene al menos un producto financiero formal; en el NSE E la cifra se desploma al 12%. La exclusión financiera reduce la capacidad de invertir en vivienda propia o capital de trabajo, condenando a la microempresa a permanecer en la informalidad.
- Paradójicamente, los estratos medios muestran señales de sobreendeudamiento. El 44% de los hogares C tiene al menos un crédito de consumo.
- Por otro lado, la migración interna no garantiza mejora socioeconómica. El 38% de los limeños del NSE E son migrantes recientes; sin embargo, el 63% sigue ocupando empleos informales. La urbanización acelerada sin política de suelo convierte la periferia en guetos de baja productividad: San Juan de Lurigancho o Villa El Salvador concentran el 21% de los hogares E de la capital, pero el gasto promedio en transporte ya representa el 14 % del ingreso familiar.
Salud y energía
- El acceso a servicios de salud confirma la segmentación. En el NSE A, el 71% de los gastos de salud se realiza en clínicas privadas; en el NSE E, el 82% recurre al MINSA, con tiempos de espera que llegan a 72 horas para atención primaria.
- La transición energética, lejos de ser inclusiva, es regresiva. El 68% de los hogares E usa leña o carbón para cocinar; solo el 4% tiene gas natural domiciliario. Los subsidios cruzados a los combustibles líquidos benefician más a los estratos medios —que pueden conectarse a redes— que a los que realmente dependen de biomasa, lo que agrava la contaminación intradomiciliaria y la tuberculosis.
- Finalmente, la proyección APEIM para 2026 es demoledora: si se mantiene la trayectoria actual, el 71% de los hogares seguirá en los estratos D y E. La movilidad social ascendente está congelada: entre 2024 y 2025 el NSE E apenas se redujo 1 punto porcentual y el C creció 0,1 pp. A ese ritmo, un hogar E necesitaría 35 años para alcanzar el C.
- El mensaje es claro: el crecimiento macro no basta. Sin una política de capital humano que apunte a la primera infancia, sin una reforma laboral que formalice y sin una política de suelo que evite la periferización de la pobreza, Perú seguirá siendo dos países en uno. La radiografía APEIM no es solo un mapa de la pobreza; es un manual de riesgos para cualquier plan de inversión o política social que pretenda ignorar la gravedad específica de cada piso de la pirámide.
Distribución de hogares: Una pirámide invertida en desigualdad
- En Lima Metropolitana, con 3,362,157 hogares, la distribución NSE muestra un predominio del nivel C (45.5%), seguido de D (26.9%) y B (18.4%). Los niveles A y E representan extremos minoritarios: 2.6% y 6.6%, respectivamente. Subdividido, C1 abarca 26.7% y C2 18.8%,ilustrando un segmento medio inflado pero fragmentado.
- Comparado con 2024, hay un leve incremento en A (0.2 puntos porcentuales) y B (0.7), con descensos en C (-0.5) y D (-0.4).
Este shift sugiere una ligera mejora en la capital, posiblemente por migración interna o recuperación económica, pero no altera la concentración en niveles medios-bajos.
- A nivel nacional, la pirámide es más pronunciada: E domina con 30.2%, seguido de D (31.3%) y C (28.1%). Los niveles altos son marginales: A 1.0% y B 9.4%. Subniveles como C1 (15.5%) y D (31.3%) destacan la base ancha de la desigualdad.
- Con una medición interanual, Perú total muestra un descenso en E (-1.0) y ganancias en A (0.1) y B (0.6), pero estos cambios son mínimos, indicando estancamiento. Con 89.6% de hogares en C, D y E, la vulnerabilidad colectiva es evidente, especialmente en regiones no limeñas.
- Esta distribución resalta que Perú no es Lima: mientras la capital tiene solo 6.6% en E, el país alcanza 30.2%, reflejando brechas rurales-urbanas que afectan la cohesión social.