Conocido los datos oficiales de crecimiento de junio, podemos afirmar con certeza que la economía peruana se encuentra experimentando una situación crítica de la que probablemente le costará trabajo recuperarse. En términos acumulados se observa que la primera mitad del año la economía cayó en 0,45% respecto a similar período del año anterior. Al respecto es importante subrayar algunas características sobre este desempeño.
Primero, desde una visión sectorial, se aprecia de manera singular el efecto que ha tenido sobre este comportamiento la fuerte contracción de sectores de oferta como el caso de la pesca, que afectado por el contexto climatológico se ha dejado una caída de más de 30% en el semestre, lo que también ha afectado a sectores directamente encadenados de la industria manufacturera primaria.
Pero, en segundo lugar, esta caída de actividades primarias nos brinda sólo una explicación parcial y bastante marginal del contexto. Todo parece indicar que la principal fuente de nuestros problemas se concentra por el lado de la demanda de los agentes económicos. Y para esto tenemos dos pistas claras que analizar. La primera, siguiendo con el análisis sectorial, se aprecia en los resultados que arrojan sectores como el de la manufactura y el de la construcción que acumulan caídas en lo que va del año de 6% y 9%, respectivamente.
Magnitudes muy preocupantes como pueden concluir. Siguiendo con lo anterior, las debilidades de la demanda también son observables en el desempeño de los sectores terciarios como el de comercio e industrias, que se bien se presentan positivas, muestran una clara desaceleración que se proyecta proseguir.
En tercer lugar, los datos del Banco Central que analizan el PBI por el lado del gasto, no nos deja duda de lo que hemos venido describiendo. En términos desestacionalizados, el PBI trimestral viene cayendo desde el último trimestre del 2022, con clara explicación por el lado de la inversión privada que cayó en 12% y el consumo privado desacelerándose desde niveles de crecimiento por encima del 3% el 2022 a niveles por debajo del 1% este año. Es más, revisando el cálculo que hace la autoridad monetaria de la demanda mensual, se aprecia que hasta mayo registraba una caída promedio de 2%.
Visto todo este cúmulo de datos, no queda duda de la seria debilidad de la economía, sobre la cual complotan los problemas evidentes de impredecibilidad política, riesgos de turbulencias sociales, próximos riesgos de desastres naturales y, por supuesto, la debilidad de los agentes económicos ante todo ello. Las diferentes encuestas de confianza empresarial confirman las dudas del inversor privado, y las tímidas mejoras que se observan no terminan de trasladar ninguna certeza de que vayamos a dar la vuelta al contexto vigente.
De hecho, los principales centros de estudios económicos locales e internacionales ya apuntan a un crecimiento de 1% o menos. Sólo las proyecciones oficiales se presentan más optimistas; intuición que descansa en una esperanza de un mejor segundo semestre. Pero las dudas no escampan. De hecho, los indicadores de consumo de Big Data de BBVA Research para julio, anticipan que el tercer trimestre habría arrancado mal.
¿Dónde está la salida? Encontrar esa puerta de escape requiere tener un buen diagnóstico del problema que implica remontarse a la causa central: nuestra repetida y constante pérdida de productividad.
Este detrimento se remonta a más de una década en el que diferentes gobiernos han dejado de preocuparse por las reformas de calado que tenemos hace tiempo aplazadas: mejorar nuestra calidad educativa y de salud; hacer eficiente los diferentes mecanismos para la inversión en infraestructura; completar el ecosistema que incentive la innovación en todas las áreas; alinear los objetivos de las diferentes fuerzas productivas que promuevan el crecimiento de las empresas y sus respectivas ganancias de productividad; impulsar la eficiencia del Estado; hacer trascender nuestras instituciones económicas, sociales y políticas; entre otros.
Una lista inmensa de tareas sobre las que se ha avanzado o muy poco o nada. El escape real de nuestros problema implica un trabajo serio en este espectro, que requiere generar un necesario consenso entre los diferentes actores políticos, y en el que el Ejecutivo debe demostrar su liderazgo. Y aquí, las dudas siguen siendo mayúsculas, lamentablemente.
Lo anterior no es fácil y toma tiempo; y el corto plazo no da tregua. Una de las cosas más preocupantes del escenario actual es que un crecimiento alrededor del 1% o por debajo llevará con alta probabilidad a que la tasa de pobreza crezca, aproximándose al 30% registrado durante el punto más álgido de la pandemia el 2020. Esto sería un rotundo fracaso.
Por tanto, se requiere motores productivos potentes que se enciendan rápidamente y que sean capaces de brindar empleo rápido y de forma descentralizada. La oportunidad está sin duda en impulsar a los sectores más modernos, como son la agroexportación y el minero. Este último tiene una cartera de US$60.000 millones en proyectos de inversión que están en cola esperando a que la burocracia haga su trabajo con eficiencia para que estos se concreten. Acelerar estas inversiones está en manos del Gobierno.
Y mientras tanto, hay que atender urgentemente y de forma focalizada a la población que está en riesgo de caer en pobreza como consecuencia del bajo crecimiento. Se requiere una combinación de ambas acciones sino queremos ver como el futuro del país se va por el garete.