El estudio del Banco Mundial confirma que los gastos corrientes superan a la salud y la jubilación como mayor fuente de estrés; además, 6 de cada 10 endeudados recurren al crédito informal para sobrevivir.

(*) Artículo publicado en la edición 237 de la revista Microfinanzas https://statuscomunicaciones.pe/microfinanzas/M237.pdf
Lima amanece con una fila afuera de un banco de la avenida Angamos. María, vendedora ambulante de frutas, espera para pagar el recibo de luz que ya venció; la misma cola, otros rostros similares: padres de familia, choferes de mototaxi y empleadas domésticas que comparten la misma preocupación: que el dinero alcance hasta fin de mes. El escenario no es anecdótico; es la postal de una realidad que acaba de ser cuantificada por el Global Findex Data base 2025 del Banco Mundial.
En Perú, tres de cada diez adultos citan los gastos corrientes —alimentación, vivienda, servicios básicos— como la fuente de estrés más aguda de sus finanzas, por encima de la posibilidad de una enfermedad o de la incertidumbre de la vejez.
La investigación, que recogió más de 125 000 entrevistas en economías de ingreso bajo y medio, incluyendo un muestreo robusto de zonas urbanas y rurales del país, revela que la preocupación por los gastos diarios no solo desplaza al miedo por imprevistos médicos, sino que también desdibujan las metas más ambiciosas: abrir un pequeño negocio, pagar la universidad de los hijos o ahorrar para la jubilación.
El dato cobra relieve si se considera que Perú creció cerca del 3% en 2024 y redujo la inflación al 2,5%, logros macroeconómicos que, sin embargo, no se traducen en alivio para la mayoría de los hogares.
En las oficinas del Banco Mundial en Lima, los economistas advierten que la salud financiera de un país no se mide solo por el PBI o la cotización del dólar, sino por la capacidad de las personas para cubrir sus necesidades sin sacrificar su bienestar emocional. Según la definición consensuada del G-20 y de la Reina Máxima de los Países Bajos, una persona financieramente saludable administra sus obligaciones, persigue aspiraciones, enfrenta choques económicos y se siente satisfecha con su situación. El Perú, en este examen, aprueba a medias: logra la aprobación en la primera categoría, pero se tambalea en las tres restantes.
Resultados
La encuesta del Global Findex indaga cinco grandes fuentes de preocupación: gastos mensuales, costos médicos, pensiones escolares, ahorro para la vejez y capital para negocios. En América Latina y el Caribe, el primer lugar es inapelablemente para los gastos cotidianos; Perú se alinea con la tendencia regional. Sin embargo, la historia se complica cuando se desagrega por género.
Las mujeres peruanas sienten con especial intensidad el peso de las colegiaturas: son seis puntos porcentuales más proclives que los hombres a ubicar los pagos escolares como su mayor fuente de ansiedad. A su vez, los varones lideran la preocupación por la inversión en microempresas, con una brecha de ocho puntos porcentuales.
Detrás de estas cifras late un fenómeno que no siempre se ve en los balances del sistema financiero: el crédito informal como válvula de escape. En Perú, seis de cada diez adultos que solicitaron préstamos en el último año lo hicieron fuera del circuito bancario: familiares, prestamistas, cadenas de tiendas que ofrecen fiado.
El dato es especialmente crítico entre quienes debieron cubrir gastos médicos: la mitad recurrió a redes sociales o prestamistas informales, a menudo con intereses que superan el 10% mensual.
La contracara es que solo el 40% de los endeudados accedió a crédito formal, un porcentaje que se desploma en las zonas rurales y entre los hogares del 40% más pobre.
El temor a los costos médicos no es menor: afecta al 26% de la población adulta. Sin embargo, su impacto se siente de manera desigual. En los sectores urbanos de ingresos medios, la preocupación se mitiga con seguros privados o subsidios del Estado; en cambio, en las comunidades rurales de Cajamarca o Ayacucho, apenas un parto complicado puede desencadenar una espiral de endeudamiento que dura años.
El estudio recuerda que, antes de la pandemia, los gastos médicos ya eran la causa principal de quiebra familiar en diez de las once regiones analizadas; la crisis sanitaria solo agravó la urgencia.
El ahorro para la vejez aparece como una quimera. A nivel regional, menos del 10% de los adultos en Perú, Ecuador, Bolivia y Paraguay ahorra de manera formal para la jubilación. La cifra contrasta con el 43% en China o el 33% en Asia oriental.
Los expertos vinculan la brecha con la informalidad laboral (que alcanza al 70% de la fuerza de trabajo peruana) y con la expectativa cultural de que los hijos serán el soporte económico en la tercera edad.
Sin embargo, la transición demográfica golpea la puerta: en 2050, uno de cada cuatro peruanos tendrá más de 60 años, y la pregunta ya no es si habrá pensiones dignas, sino cómo financiar una vejez sin ahorro previo.
Propuestas
El informe delinea tres áreas donde el sistema financiero puede transformar la ansiedad en resiliencia. La primera es la salud: extender seguros de gastos médicos masivos y flexibles, que cubran desde consultas ambulatorias hasta emergencias hospitalarias, reduciría la dependencia del crédito informal. La segunda es el ahorro propositivo: cuentas que combinen metas específicas (colegiatura, vacaciones, jubilación) con incentivos como tasas preferenciales o sorteos mensuales han mostrado resultados positivos en México y Colombia.
La tercera es la inclusión digital: aprovechar que el 32% de los asalariados peruanos ya recibe sus pagos en cuentas formales para fomentar el ahorro automático, redondeando montos o programando transferencias periódicas a depósitos de emergencia.
En una tienda de abarrotes del distrito de San Juan de Lurigancho, Rosa atiende a un cliente que le pide fiado dos kilos de arroz. “Aquí todos conocemos a todos, y si no das crédito, te va mal”, dice. Rosa no figura en ningún registro financiero, pero su libro de cuentas es un retrato del Perú paralelo: los que no acceden al banco y que, paradójicamente, sostienen la economía de barrio.
El estudio recuerda que incluso los hogares de bajos ingresos pueden ahorrar si se les ofrecen mecanismos simples y sin costos ocultos. En Kenia, la cuenta móvil M-Pesa demostró que montos mínimos suman significativamente con el tiempo; en Perú, el desafío es replicar la experiencia sin dejar fuera a quienes no tienen smartphone o señal estable.
El reto es cultural y regulatorio. Por un lado, la banca debe abandonar la lógica de “cliente premium” y crear productos que entiendan que un obrero de construcción gana diariamente y no mensualmente.
Por otro, el Estado necesita complementar la inclusión financiera con protección social: fortalecer el Seguro Integral de Salud (SIS) para que no sea un salvavidas roto, y revisar el sistema pensionario para que la cotización voluntaria sea atractiva y no un castigo para quienes ingresan tarde al mercado laboral.
El Global Findex 2025 cierra con una advertencia y una esperanza. La advertencia es que el crecimiento económico no protege automáticamente a las familias del estrés financiero; sin protecciones adecuadas, la prosperidad puede coexistir con la inseguridad cotidiana. La esperanza es que la tecnología y la voluntad política pueden convertir cada preocupación en una oportunidad de diseñar productos que empoderen, en lugar de empobrecer.
Mientras tanto, María, la vendedora de frutas, ya pagó el recibo de luz, pero aún le queda pendiente el colegio de su hija. “Si me sobra algo, lo guardo debajo del colchón”, dice. El colchón sigue siendo el banco más popular; el desafío es que, en algún momento, el sistema financiero lo sustituya sin que María deba renunciar a su tranquilidad.